Vivir según el espíritu es reconocer que todos procedemos de Dios, en él tenemos nuestras raíces más hondas, y él nos sostiene en la existencia. Vivir así es acoger a Dios y darle un lugar en nuestro devenir diario. Quien abre su corazón a Dios, está dejando que el amor empape toda su vida. Y esta vida ya no es un lapso de tiempo vacío sin sentido, sino un camino que comienza en la tierra y se alarga hasta la eternidad. De ahí las palabras de San Pablo: “el mismo que resucitó a Cristo de entre los muertos, dará la vida a vuestros cuerpos mortales”. Pablo regresa a la médula de su mensaje, de su predicación. El ansia de todo ser humano, la sed de trascendencia y de inmortalidad, se ve colmada con Jesucristo y su resurrección. No es un deseo ni una ilusión, es una esperanza firme, confirmada por la experiencia que los apóstoles han tenido al ver a Jesús resucitado.
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